La gestión de los riesgos ¿es un análisis cuantitativo o fundamental?

La pregunta no tiene truco, pero la respuesta indudablemente sí. La interpretación del riesgo a un nivel cuantitativo o cualitativo, puede generar conflicto cuando ambos  proporcionan respuestas diferentes o incluso contrarias.

¿Cuantitativo o cualitativo? ¿O los dos?

En ocasiones, dicho conflicto puede comprometer la valoración del riesgo y en consecuencia, el análisis cualitativo puede ‘droparse’ fruto del mismo. Por ejemplo, una práctica habitual de la gestión de los riesgos es la estimación de la correlación entre dos activos.

Cuando dos activos están correlacionados pero no puedes explicar la razón que lo justifica, puedes dudar de la veracidad de la correlación e incluso anularlo en subsiguientes análisis o estudios. Esto tiene implicaciones enormes cuando se trata de construir una cartera diversificada.

En definitiva, si se estima desde un punto de vista cuantitativo pero no se logra explicar la razón cualitativa que existe detrás de estos movimientos, se tendrá, con toda seguridad, un problema de credibilidad. Se puede acabar ignorando una covarianza que realmente existe, o por el contrario, es posible que el criterio de ignorarlo sea adecuado. Por esta razón, se debe llegar a un acuerdo en cada entidad sobre cómo tratar con este tipo de problemas.

En la gestión de balance nos enfrentamos a este tipo de compromisos casi diariamente, puesto que las métricas de mercado no siempre son coincidentes con las métricas de margen, o mejor dicho:

Un VaR puede no sugerir lo mismo que el EaR o un LVaR si lo trasladamos al riesgo de liquidez.

¿Cómo abordar estos conflictos? ¿De qué manera las entidades financieras acuerdan resolver esta disparidad?

Las expectativas sobre los cuadros de mando de riesgo y la gestión son en ocasiones demasiado elevadas. Es posible que hayamos ponderado en exceso la precisión de las estimaciones de riesgo sin contar con el riesgo de modelo presente en nuestros análisis. Si hablamos de spreads de crédito, por poner un ejemplo, y preguntamos a un gestor de carteras sobre la precisión con la que puede medir el riesgo de fluctuación en el spread nos respondería, seguramente, que hasta el punto básico. Esta respuesta significa que se ha establecido una relación entre el movimiento del punto básico con la pérdida o ganancia exacta que genera.

En realidad lo que realmente indica es que la expectativa del riesgo tienen una precisión exacta cuando el parámetro es más indicativo de una aproximación que una realidad incontestable.

Si lo trasladamos a la gestión de balance, podemos diseccionar el impacto en resultados por movimientos de tipo de interés o coste de oportunidad, por diferenciales, por movimientos de base o incluso por volúmenes crédito o rollovers de financiación. Pero evitamos comentar en demasiadas ocasiones el enorme riesgo de modelo que subyace en todos estos análisis.

Aspectos genéricos para la gestión de los riesgos

La manera más eficiente de abordar esta disparidad entre expectativas y aproximaciones es establecer puentes de comunicación entre el gestor y el supervisor del riesgo donde se concreten aspectos genéricos, sencillos pero importantes:

  • Hay que acordar una frecuencia de informes y especialmente, un horizonte temporal. De hecho esto es un asunto un tanto controvertido cuando hablamos de los riesgos estructurales. En demasiadas ocasiones he escuchado que el horizonte temporal no debe sobrepasar los 12 meses, entre otras cosas debido a que ya son plazos excesivamente largos como para aumentarlos más –treasury bias-. Mi opinión es que los 12 meses infravaloran la exposición al riesgo de los balances españoles, por cuanto se precisa de un plazo de al menos dos años para repreciar toda la cartera hipotecaria. Ojo, no estoy diciendo que los primeros 12 meses no sean importantes, pero claramente hay evidencias de que son insuficientes. Respecto al riesgo de liquidez, se debe determinar con claridad el plazo objetivo de las emisiones y justificar la razonabilidad de los mismos. ¿Tiene sentido emitir a plazos superiores a los diez años? ¿Es el plazo de siete, cuatro y tres años más razonable? ¿Cómo se mide?
  • Hay que definir los parámetros que se consideran necesarios para informar y determinar el nivel de granularidad. Los informes a la alta dirección deben ser sencillos –iré más lejos-, casi absurdamente llanos, de fácil interpretación y sin embargo, ágiles y directos para la toma de decisiones. Esto significa no perder la visión global del balance y tomar distancia respecto al detalle exhaustivo para entender las implicaciones y consecuencias de la toma activa de decisiones.
  • Se deben identificar los factores de riesgo que realmente te preocupan de acuerdo con la estrategia de gestión y cultura del riesgo que emana de la alta dirección. Si eres un inversor global puede que el riesgo de divisa no afecte tu proceso de inversión porque simplemente no influye en tu toma de decisiones a pesar de ser una de las consecuencias de la estrategia empleada. Del mismo modo, en la gestión de balance, el riesgo de base -de acuerdo con la definición de Basilea- puede ser importante, pero ¿realmente afecta la manera en que construyes la cartera ALCO? Quizás una manera útil de identificar el conjunto de medidas más apropiado que reportar, sea a través de la siguiente pregunta: Si tuviera que elegir de entre todo el elenco de medidas de riesgo disponibles cual es la más trascendental, la más representativa del riesgo estructural, ¿cuál sería para el riesgo de interés? ¿y para el riesgo de liquidez? Si preguntáramos a un analista de riesgos de una cartera, probablemente elegiría la desviación estándar, pero para un gestor de un balance bancario, ¿cuáles serían?
  • Finalmente, hay que acordar los pasos a seguir en el caso de que el riesgo sea demasiado elevado. Es decir, el conjunto de acciones mitigadoras. ¿Estamos de acuerdo en cómo consideramos que el riesgo es elevado? ¿Estamos de acuerdo en cómo reducirlo? ¿Vendiendo o comprando?

El riesgo de modelo en el mundo financiero es muy complejo de cuantificar porque no trabajamos en un régimen de lo absoluto. Los financieros que tienen un enfoque más fundamental tienden a caricaturizar a los quants respecto a su matrimonio con paradigmas científicos y los últimos hacen tanto de lo mismo respecto a la ausencia de indicadores relevantes. El riesgo de modelo surge porque carecemos de la ecuación divina que explique cómo se relacionan los instrumentos y de dónde vienen los resultados, por lo que tenemos que trabajar con estimaciones más o menos razonables.

Aquí subyace parte del problema, puesto que no siempre somos capaces de conciliar el modelo con la realidad y nos olvidamos de estamos trabajando con un best-guess. Admitirlo así nos ayudará a conciliar lo fundamental con lo cuántico y a mantener una visión sensata de los riesgos.

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